Mi padre
Mi padre es el hombre más inteligente que conozco. A sus años, sigue respondiendo a la descripción de un tierno adolescente: enamorado, ilusionado, trabajándose infatigable su inmensa red de afectos analógicos, divertido, lleno de planes, feliz. Muy feliz.
Mi padre es el hombre más equilibrado, resuelto y fuerte que
conozco. Siempre ha sabido quién era, qué tenía, cómo cuidarlo y dónde iba. Ni
una crisis, ni un abandono, ni una envidia, ni una deslealtad, ni una frustración,
ni un compromiso roto.
Mi padre es el hombre más cálido que conozco. Tiene el
superpoder de hacer que todo parezca y resulte fácil a su lado: la convivencia,
la enfermedad, la diversión, el aprendizaje, los problemas, los viajes, la
caridad, las confesiones, los sueños, la vida.
Mi padre es el científico más humanista que conozco. Le he
visto matizar la alta resolución en blanco y negro de su inquebrantable fe en
la ciencia con los filtros de colores de las dudas, la impotencia y la empatía más
veces de lo que haya podido hacerlo yo, la menos científica de todas sus hijas.
Mi padre es el hombre más feminista que conozco. Jamás intentó
que ninguna de sus cuatro hijas fuéramos el hijo que le faltaba, porque nunca
sintió que le faltara nada. Dice siempre que no entiende cómo a estas alturas
los hombres no han dejado el poder en manos de las mujeres, que no puede haber
ya dudas de que todo iría mejor para todos. Y todas las mujeres de su vida, esposa,
hijas, nietas, madre, hermanas, alumnas, compañeras, sabemos que siempre ha
puesto en práctica esa convicción.
A mi padre no le gusta bucear, le chifla volar. De mi padre he
aprendido a vivir y dejar vivir, a no perderme ni perder mi camino, a amar, a reírme,
a disfrutar, a perdonar, a entender, a ser feliz. Y sigo aprendiendo.
Hay que celebrarlo.
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