Como hormigas sin cabeza


 Quizá deberíamos establecer un día de fiesta, el primer fin de semana de marzo, para conmemorar lo que va camino de convertirse en una tradición por estas fechas: arrasar los supermercados haciendo acopio de víveres de forma un tanto loca.

Quién nos iba a decir hace dos años, que en marzo de 2022 seguiríamos igual o volviendo a las andadas, correteando como hormigas sin cabeza por los pasillos de las grandes, medianas y pequeñas superficies, haciendo fotos de lineales vacíos para sembrar el pánico entre familiares, amigos y conocidos, y sitio en casa para meter todo aquello que antes había estado ocupando esos lineales.

No seré yo la que critique a nadie que haga aprovisionamiento pensando en los suyos, incluso aunque fui la ganadora del I Premio al Carro de Acaparamiento más Ridículo de la Pandemia. La naturaleza animal no siempre es sabia, pero está al quite en todas las ocasiones y eso es de agradecer. Desde luego, estoy más cerca de ellos que de los que aprovechan la ocasión para marcarse un virtue signaling ("¡Pero ¿quién usa aceite de girasol habiendo de oliva?!!!"), sin caer en la cuenta de que lo de María Antonieta fue una leyenda difundida por la propaganda, porque ni una reina encerrada en Versalles sería capaz de un pensamiento así.

He escuchado varios testimonios de lo educados y elegantes que son los refugiados ucranianos a la hora de hacerse con comida después de horas de cola en los puestos habilitados: cogen solo lo que van a consumir en ese momento, incluso cuando se les ofrece la posibilidad de llevarse algo más. Igual que empatizo con las personas que se preocupan, incluso con cierto desnorte, por el abastecimiento de los suyos en los momentos de incertidumbre, encuentro profundamente ordinarias a las personas que acumulan muy por encima de sus necesidades, sin importarles los que lleguen después. Como es habitual en nuestra tierra. El Mediterráneo moral.

Parece que algo se ha roto y no está claro que vayamos a ser capaces de arreglarlo. Quizá, al final, la revolución tecnológica, al contrario de lo que esperábamos, será como cualquiera de sus hermanas anteriores: devastadora. Quizá, de nuevo, sea necesaria la destrucción para el alumbramiento.

Para conservar ese pasado que muere en lo que esté por llegar, propongo convertir la memoria en folclore, como siempre ha hecho la civilización. Que sea festivo el primer sábado de marzo, para celebrar con la familia y los amigos el Gran Arrasamiento, con decoración a base de rollos de papel higiénico y una comida elaborada, obligatoriamente, sin uno o más ingredientes esenciales.

Y ya si eso, que lo que ha de venir nos quite lo bailao.


(Foto del carro ganador del I Premio al Carro de Acaparamiento más Ridículo de la Pandemia. Hay gente que todavía me lo reenvía para reírse de mí, porque yo lo mandé, orgullosa de mi competencia acaparadora (¡hasta papel higiénico, y eso que estábamos ya a 10 de marzo!), a mi familia y otros animales. Pero diré que, mil veces que tuviera que volver a hacer compra de acaparamiento para un confinamiento sine die, mil veces que volvería a llenar el carro así. En mi cabeza sigue siendo espectacular).




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