La elegancia del invierno

 


La elegancia es una forma de estar en el mundo, que tiene poco que ver con la disposición y el diseño de los metros de tela que lleve alguien encima o la forma de coger unos cubiertos.

La elegancia es escurridiza y difícil, porque está compuesta por dos elementos que parecieran opuestos, el misterio y la naturalidad, amalgamados sin costuras por la educación, la congénita, esa que no consiste en estar educado, sino en ser educado.

La elegancia es un ex que te encuentra paseando por el parque con tu nueva pareja, se para, saluda con cariño, pregunta por la familia y la vida, escucha con interés y se marcha con una sonrisa sin haber contado nada de sí mismo tras despedirse con un cálido apretón de manos y un genuino "me alegro de verte tan bien". 

Justo lo que todos sabemos que haría Cary Grant. 

Y no es cuestión del traje o el abrigo que llevase encima en ese momento. Si el encuentro fuera en la playa, embadurnado de crema y en el momento en el que, resguardado por una simple toalla, estuviera haciendo un cambio de bañador, todos sabemos que Cary Grant actuaría exactamente igual. 

Pareciera que ser elegante hoy es fácil; que bastara con pensar en lo que haría Cary Grant en una situación y hacerlo igual. 

Pero no. 

Jamás tan complicado como ahora. 

Cary era educado, le salía de serie, y la mayoría solo estamos educados; y, además, el entorno social de las redes premia y fomenta justo lo contrario: que cada uno de nosotros conozca, sepa y controle la vida y la personalidad del otro como si fuera un libro abierto, a través de dinámicas de estudiadas poses de fingida naturalidad.

Pero nos queda el espíritu del invierno. La capacidad de actuar en este verano sociológico como si caminásemos enfundados en un elegante abrigo de grueso paño, con las manos resguardadas en suaves guantes, el rostro perdido dentro de un cuello alto, la voz helada, el oído y la vista atentos para ofrecer un té caliente al que tirite y nuestra rutina envuelta en niebla a los ojos del resto, sin esconder que vamos resbalando aquí y allá más veces de las que nos gustaría.

No seré yo, la amante de las flores, la que ponga pegas a una primavera recién estrenada. Pero sí puedo entonar un deseo y una intención: ojalá entrar en ella y disfrutarla sin perder la elegancia que el invierno nos obliga a practicar.




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